Petro quiere que la oposición viole las leyes y la Constitución, para que él pueda hacer lo mismo.
El presidente Gustavo Petro está perdiendo la compostura. Las amenazas que sueltan él y algunos de sus ministros más abyectos, como el de Salud, Guillermo Jaramillo, y el del Interior, Luis Fernando Velasco, son muestra de un gobierno debilitado por consecutivas derrotas, que quiere aparecer fuerte a punta de intimidaciones.
Que el Presidente va a convocar una constituyente por decreto, que va a intervenir a las malas otras EPS, que va a declarar la emergencia económica para dictar las reformas que no caminan en el Congreso, que va a sacar a las calles al pueblo para que, en la vía pública, obligue a los demás poderes a abrirle paso a su modelo de cambio… Esas son algunas de las amenazas que, vía filtraciones a los periodistas amigos, mensajes en las redes sociales o comentarios de pasillo de uno de esos ministros correveidiles, Petro suelta para asustar.
Sabe que el radicalismo de sus propuestas tanto como sus pésimas maneras con partidos y parlamentarios reventaron las sólidas mayorías que alguna vez tuvo en el Congreso, y eso hundió la reforma de la salud y tiene complicadas las demás iniciativas.
También sabe que la Corte Constitucional, que le tumbó la emergencia económica para La Guajira al igual que media reforma tributaria, por violaciones de la carta, que devolvió al Congreso un paquete de artículos del Plan de Desarrollo tramitados de mala manera, y que lo señaló con dedo acusador por incumplir los pagos a las EPS, no le va a dejar pasar ni una de sus barbaridades jurídicas.
Una constituyente por decreto sería una flagrante y escandalosa violación de las normas constitucionales que definen con exactitud el largo camino para la convocatoria de una constituyente de verdad, como lo referí hace una semana en estas páginas. De modo que ese decreto moriría en la Corte en cuestión de semanas, como murió en el Consejo de Estado, entre otros decretos, el que intentó reformar la ley de servicios públicos sin ir al Congreso. Y como muy posiblemente mueran las ilegales intervenciones a las EPS.
Y en cuanto a sacar el pueblo a las calles, en las lánguidas marchas petristas del martes pasado, unos pocos cientos llegaron a la plaza de Bolívar a respaldar al Gobierno, sus reformas y su propuesta de constituyente, para no hablar de otras ciudades donde los marchistas podían contarse con los dedos de la mano. Petro no tiene sólidas mayorías en el Congreso, ni cuenta con los altos tribunales, ni es capaz de movilizar al pueblo. Con entre 6 y 7 de cada 10 colombianos en contra de su gestión, según las encuestas, el Presidente va perdiendo la batalla de opinión.
¿Va a acudir al Ejército y a la Policía, a los que tanto ha maltratado? No hay que caer en la trampa de sus amenazas. No hay que hacer llamados a un golpe de Estado ni a locura parecida. Eso es justamente lo que Petro quiere, que la oposición se salga de las leyes y la Constitución, para que él pueda hacer lo mismo.
Hay que confiar en las instituciones, que hasta ahora han funcionado. Defenderse con las leyes en la mano es a veces engorroso, y exige paciencia. Pero es el único camino. A punta de instituciones el país propinó duras derrotas a las guerrillas más longevas, acabó con los poderosísimos carteles de Pablo Escobar y los hermanos Rodríguez, y descabezó con una extradición masiva de sus jefes a la siniestra organización paramilitar. Nada de eso requirió golpes de Estado ni dictaduras.
Y será con las leyes y la Constitución como el país frenará a este gobierno si es que Petro y sus ministros se dejan llevar por la deriva autoritaria. El Presidente amenaza para tratar de asustar. Pero el verdadero asustado es él, pues sabe que si se empeña en violar la Constitución, podría terminar como el peruano Pedro Castillo, que en la mañana quiso cerrar el Congreso, y en la tarde estaba legalmente destituido y legalmente encarcelado.
MAURICIO VARGAS
Columnista