a cancillería de Álvaro Leyva ha resultado una de las más raras de las que podamos haber sido testigos. No se le ve de a mucho en su oficina donde sus funcionarios y, en general, en la sección administrativa se sienten acéfalos. Puede ser porque trabaja desde su casa o porque viaja mucho, normal en un ministro de Relaciones, solo que sus viajes están más dirigidos a hacer contactos para la paz total de Petro que para establecer relaciones internacionales.
Desde el comienzo, Leyva parece estar en el lugar equivocado; su vocación, trayectoria e interés están centrados en la paz y no en la diplomacia, para lo cual no sirve mucho. De hecho, recuperamos una relación, aunque bastante accidentada, con Venezuela, que no ha servido hasta ahora sino como refugio de Benedetti, visitado en vuelos chárter varias veces por la niñera que compartía con Laura Sarabia. Del resto, no tenemos pruebas tangibles de que Venezuela nos esté colaborando en echar a esa mano de delincuentes que tienen escondidos en su territorio para que, de regreso al nuestro, podamos perseguirlos como Dios manda. Pero a pesar de que ahora tenemos interlocución con Venezuela, la hemos perdido con países como Perú; y no obstante la lambonería de Leyva invitando al dictador Ortega a sentarse a discutir un nuevo tratado de límites con Colombia, el nicaragüense se vino con una cadena de insultos contra el presidente Petro, en la que lo menos que le dice es “traidor”, “basura”, “cómplice de dirigir un Estado vinculado al narcotráfico”, “una vergüenza para los que lucharon en el movimiento guerrillero que él encabezó: ha traicionado esa sangre”. Todo, porque Petro se atrevió a defender a la poetisa Gioconda Belli, a la que persigue Ortega, igual que a sus opositores y a los miembros de la Iglesia nicaragüense encarcelados o desterrados. Ante ello, el canciller colombiano tomó un paso inusitado: pidió “respeto” al gobierno de Ortega. Bravo. Bravísimo.
Mientras tanto, Leyva anda en la labor no propia de una cancillería, de traerse de EE. UU. pruebas para demostrar que fue Néstor Humberto Martínez, el entonces Fiscal, a través de un entrampamiento, el que obligó al querido amigo de Leyva, ‘Jesús Santrich’, a traicionar el acuerdo de paz. Ya logró que Naciones Unidas designara a una funcionaria ‘ad hoc’ a esa investigación. Asuntos como ese, en EE. UU., son resorte del Departamento de Justicia y no del de Estado, luego se salen totalmente de la órbita de un canciller.
Y ni hablar de las representaciones diplomáticas de Colombia en el exterior. A diferencia de otros gobiernos, en los que, no nos digamos mentiras, en ellas se nombran amigos y se pagan favores, en este también, pero además las han llenado de malandrines. Hay que ver las cosas que dicen del actual embajador en México y del cónsul en Chile, el mismo que sugirió correr las barreras éticas de la campaña Petro en los famosos petrovideos.
La última de Leyva ha sido la faena de los pasaportes. Declaró desierta la licitación en la que participó la tradicional compañía Thomas Greg and Sons, porque no garantizaba la pluralidad de ofertas y a partir de octubre nos quedaríamos esperando indefinidamente una cita para tramitar el valioso documento que identifica a los colombianos en el planeta. Diariamente se solicitan cerca de 10.000 pasaportes, por lo que es de suponer que, sumando cada día de demora por falta de un plan B, se nos va a armar un cuello de botella monumental.
Y el problema es precisamente el plan B. Porque el remedio de Leyva fue echarle mano al instrumento llamado “urgencia manifiesta”, que estrecha aún más la competencia, porque le permitirá señalar a dedo, para que opere durante un año, a un operador que en 14 días pueda sacarnos del problema, que en el mundo son muy pocos, por la complejidad y especificidades de la elaboración física del documento, de acuerdo con las convenciones internacionales. Da hasta risa pensar que otro plan B sería ponerles un ‘sticker’ a los pasaportes donde se indique que, a pesar de estar vencidos, siguen vigentes. ¿A cuántos países del mundo nos dejarán entrar así?
Se ha filtrado que la firma Thomas Greg, habiendo surtido todos los pasos legales y obtenido excelentes calificaciones en la licitación, no descarta demandar por perjuicios avaluados en cien mil millones, que habrían sido sus utilidades en este negocio, solo que ahora se los ganará sin haber elaborado los pasaportes. Excelente negocio para la firma, pésimo para la Cancillería.
¿Será cierto, como pasó con los helicópteros de Catar, según el exviceministro de Defensa de Iván Velásquez, que aquí se atravesaron los intereses de unos asesores españoles cercanos a Palacio, cuyos tentáculos llegarían hasta el ‘lobby’ para una firma alemana interesadísima en quedarse con la elaboración de los pasaportes colombianos?
Redacción EL.TIEMPO.