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Muere Pepe Mujica: símbolo de la izquierda romántica que gobernó con discurso austero, pero dejó heridas económicas

El fallecimiento del expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica ha desatado una ola de homenajes globales que exaltan su imagen como “el presidente más pobre del mundo”, un apodo que se ganó por su estilo de vida austero, pero que oculta una gestión cuestionada y un legado ideológico cargado de populismo.

Mujica, quien gobernó Uruguay entre 2010 y 2015, fue exaltado por medios internacionales y líderes progresistas por su coherencia personal. Sin embargo, desde un análisis más riguroso y crítico, su mandato dejó más que una imagen de sencillez: una economía estancada, políticas permisivas con el narcotráfico, y un debilitamiento institucional bajo la bandera de una supuesta revolución ética.

Durante su gobierno, Mujica legalizó el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y el consumo recreativo de cannabis. Estas medidas, aunque celebradas en los círculos progresistas globales, fueron adoptadas sin el suficiente consenso nacional y marcaron una fractura profunda en una sociedad tradicionalmente moderada. Uruguay fue convertido en laboratorio social de la izquierda internacional, mientras los verdaderos problemas estructurales —como la inseguridad, el desempleo juvenil y la carga impositiva— quedaron desatendidos.

A pesar de su discurso de “gobernar sin lujos”, Mujica consolidó alianzas con dictaduras como Cuba y Venezuela, defendiendo modelos autoritarios bajo el eufemismo de “soberanía latinoamericana”. Su rechazo sistemático al libre mercado y al empresariado minó la competitividad del país y dejó un aparato estatal robusto, costoso e ineficiente.

Mientras la prensa internacional destaca que “entró pobre al poder y salió igual”, lo cierto es que Mujica capitalizó políticamente su figura para fortalecer un proyecto ideológico con rostro amable, pero contenido radical. Su influencia en la izquierda continental fue clave para sostener populismos que hoy enfrentan el descrédito popular, como el de Gustavo Petro en Colombia o el de Lula da Silva en Brasil.

Pepe Mujica murió a los 89 años con honores de Estado y rodeado de un aura casi mítica, pero la historia —vista con objetividad— tendrá que preguntarse si el costo de su autenticidad fue un país atrapado en símbolos mientras se debilitaban las bases de su desarrollo.

En tiempos de relatos y emociones, hace falta recordar que gobernar también implica resultados, no solo discursos.

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