Luis Carlos Vélez
Me preocupa la desinformación. La velocidad a la que la información se difunde puede ser un arma de doble filo.
Cuando viajo, me gusta ver a la gente; particularmente, disfruto observar a la gente en los aeropuertos. Cuando estamos en las terminales aéreas, todos estamos de tránsito, cumpliendo un trámite, enfocados en nuestro destino. Estamos, pero no estamos.
En este viaje, en particular, me ha llamado la atención cómo la gente está inmersa en sus pequeñas pantallas de celular y cómo difícilmente pocos hacen contacto con los demás. Unos miran videos, otros chatean, y otros, los más desagradables, hablan por teléfono por altavoz sin importarles destruir el silencio que gozan los demás.
Mirando a los zombis digitales, me doy cuenta de que cada vez hay menos que visitan portales de noticias y que se enteran de la información a través de redes sociales. Muchos aprenden de los sucesos a través de su algoritmo, que selecciona momentos virales que, supone, gustarán a las mayorías y que se ajustan a la mejor cantidad de perfiles. Inquietante.
Si esto es así, ¿qué está determinando lo que consumimos en digital? ¿Nuestras emociones? En otras palabras, ¿nuestro consumo racional está moldeado por nuestras emociones viscerales? Alerta roja.
Me preocupa la desinformación. La velocidad a la que la información se difunde puede ser un arma de doble filo. Si bien permite que las voces se escuchen más allá de las barreras tradicionales, también ha facilitado la difusión de noticias falsas y teorías conspirativas. Este fenómeno puede desviar la atención del electorado de los problemas reales, manipulando la opinión pública y distorsionando el discurso político.
Me preocupa el “Gran Hermano”. La capacidad de las empresas de redes sociales para monitorear y regular dicho contenido sigue siendo un tema controvertido, lo que abre la puerta a consecuencias impredecibles en el ámbito electoral. Si una plataforma prefiere a un candidato y a otro no, entonces, ¿cumplen las redes sociales ese supuesto papel de neutralidad? Obviamente, no.
Me preocupa la personalización algorítmica que caracteriza a estas plataformas, ya que se traduce en la creación de cámaras de eco. Los usuarios tienden a interactuar con contenidos que refuerzan sus propias creencias, lo que aumenta la polarización y reduce la empatía entre distintos grupos. Este fenómeno no solo tensa las relaciones sociales, sino que, además, amenaza la convivencia democrática, en la que el debate constructivo es esencial para la reconciliación y el avance colectivo.
En resumen, los zombis que observo en el aeropuerto y en las calles ya no son meros consumidores pasivos de contenido, sino esclavos de un algoritmo que amplifica los sentimientos más primarios o que manipula en favor de objetivos políticos predeterminados.
Así, convertidos ahora en sirvientes de nuestros dispositivos que capturan nuestra atención, los zombis que nos hemos vuelto consumimos basura viral que culmina en la elección de líderes peligrosos que indignan, pero que no solucionan nada. En Colombia corremos el riesgo de que nos vuelva a ocurrir.
Luis Carlos Vélez