Al crecimiento económico en el Gobierno de Petro, centrado en sectores de baja productividad, le dan respiración artificial los giros de los colombianos proletarios en el exterior, “esclavizados”, sin que se mueva la aguja de la desigualdad.
Aurelio Suárez Montoya
Todo análisis de la economía de Colombia, entre 2022 y junio de 2025, debe incluir la influencia de las remesas en el desempeño económico. Las remesas son las transferencias (en dinero y/o en especie) enviadas por los casi 6 millones de colombianos emigrantes (porque aumentaron en más de 1,5 millones en los últimos tres años) a sus familias residentes en el país.
Aunque algunos dicen que este éxodo “es normal”, no es así. El promedio anual de colombianos que se van al exterior sin regreso se dobló, al pasar de 200.000 a más de 400.000, y la perspectiva es que la mitad de los residentes quisieran irse del país.
Los hogares que reciben esas remesas se incrementaron entre 2022 y 2025, de 1,8 millones a 2,2 millones, lo que representa más del 20 por ciento. Cubren al menos a 7 millones de personas y el monto por hogar es superior a los 500 dólares mensuales, casi 6.000 al año, y el total de esas transferencias se acercará a 13.000 millones de dólares en 2025 (más de 50 billones de pesos), mientras que en 2022 sumaban 9.429 millones (Banrep, Toro y otros).
La ampliación de las remesas fue del 30 por ciento en tres años y la de la economía en dólares corrientes, solo del 14 por ciento (cálculo con base en Banrep), de ahí que el FMI resalte su incidencia en las cuentas externas: “el déficit por cuenta corriente se redujo al 1,7 por ciento del PIB el año pasado, impulsado por el vigor de las remesas” (FMI, 10/8/25).
El mayor monto y el número superior de hogares receptores explican en alto grado el alza del ingreso, por encima del 5 por ciento entre 2023 y 2024, de las personas de los quintiles 2, 3 y 4. Petro hace recurrente alarde de esa elevación, ocultando con malicia el fenómeno de las remesas. Los principales indicadores económicos contradicen aún más los partes de victoria que canta Petro.
El crecimiento de cualquier economía es igual al crecimiento del empleo formal más el de la productividad laboral (Sarmiento, 2021). Puede verse que la tasa de ocupación –la población ocupada dividida por el número de personas mayores de 15 años, que integran la población en edad de trabajar– creció, de diciembre de 2022 a diciembre de 2024, el 3,7 por ciento, mientras que el producto interno bruto (PIB) lo hizo al 2,3 por ciento. La inconsistencia radica en que el dato de ocupación del Dane incorpora el empleo informal, lo que introduce una distorsión, puesto que tres de cada cinco ocupados se encuentran en el rebusque.
Además, acorde con la serie estadística del Banco de la República, el ingreso por habitante en la actividad económica interna crece apenas 24 dólares constantes, un dólar al mes, en los dos años comprendidos entre 2023 y 2024. Los sectores sobresalientes son el de servicios, “por actividades como comercio, financieros, administración pública y entretenimiento”, en tanto la construcción y la industria en conjunto “se mantienen en terreno contractivo”. Se “sugiere que el crecimiento del segundo trimestre (de 2025) obedece más a factores coyunturales ligados a la demanda interna, particularmente consumo y gasto público, que a una reactivación estructural de la capacidad productiva” (investigaciones.corfi.com, 10/8/25).
Petro especializa la economía nacional en esas actividades, incluido el turismo, que tienen poca productividad y un mínimo ahorro, y que no inciden en la equidad. Eduardo Sarmiento (2024) demuestra que para que haya una reducción real de la desigualdad, el coeficiente de Gini, que mide la distribución del ingreso, debe bajar más de lo que sube el PIB. El Gini cayó 0,9 por ciento, mientras que el producto creció más del doble. No están sincronizados ambos indicadores.
La razón está, en buena medida, en las políticas tributarias de Petro, quien critica con razón a los Gobiernos anteriores por “ponerle IVA a la sopa”, pero olvida que él mismo gravó el consumo de la arepa y aumentó el precio de la gasolina un 60 por ciento. En la reforma de 2022, en contravía de la retórica oficial, los superricos terminaron pagando menos impuestos (La Silla Vacía). José Antonio Ocampo –en debate en la Academia Colombiana de Ciencias Económicas el 7 de diciembre de 2022– desestimó una proyección de Jorge Espitia (fallecido) que anticipaba esa inequidad y que los hechos ratificaron.
(Ver https://www.youtube.com/watch?v=_-lvNstpT3E).
Al crecimiento económico en el Gobierno de Petro, centrado en sectores de baja productividad, le dan respiración artificial los giros de los colombianos proletarios en el exterior, “esclavizados”, sin que se mueva la aguja de la desigualdad. ¿Hay “cambio”? Sí, hacia atrás.