Los colombianos deberían tener presente que el 28 de julio también está en juego el futuro de Colombia.
Por: Salud Hernández-Mora
Si María Corina Machado fuese de izquierda, ya estarían Petro, Iván Cepeda, Francia Márquez, María José Pizarro y sus combos de intolerantes feministas lanzando diatribas contra sus verdugos y corriendo a la CIDH a defenderla.
Pero como es de derecha y opositora de un despiadado tirano socialista, además de blanca, de origen acomodado, seria, inteligente y preparada, la desprecian. El último ataque que ha sufrido de las hordas chavistas y las decenas de detenciones, cierres, desapariciones y acoso a sus colaboradores y a quienes le brindan el servicio más básico a su campaña, no les provoca ni un respingo.
Mejor voltear la cabeza antes que reconocer que el sistema que inventó el criminal golpista Hugo Chávez, el socialismo del siglo XXI que tanto alabaron, resultó otro fracaso estrepitoso, otra satrapía que agregar a la sanguinaria y ruinosa historia de la órbita comunista a la que pertenece nuestra ministra de Trabajo y varios más del Pacto Histórico.
Siempre lo digo y lo sostengo: los Partidos Comunistas, máxime el del Manuel Cepeda, que defendía la combinación de formas de lucha, y engendros como el que inventó Chávez, tendrían que estar prohibidos en los sistemas democráticos igual que no se permiten y se persiguen, con toda razón, a los nazis. Ni otorgarles espacio en ningún órgano latinoamericano a Maduro, Ortega y ese esbirro que puso Raúl Castro.
Mientras no se unan sin fisuras las democracias que hablan español y portugués en este lado de la Tierra, para reprobar y aislar por completo a los gobiernos que pisotean el Estado de derecho y subyugan a sus ciudadanos, seguiremos condenados a soportar déspotas izquierdistas en el vecindario.
Ya supongo que Gustavo Petro y su ultraizquierda preferirían que Nicolás Maduro siguiera en su sillón, resguardando a las guerrillas de sus entrañas, y en alianza con Rusia, Irán y China.
En suma, una suerte de aquel Gadafi que acogía en su país, con los brazos abiertos, a terroristas de distinto pelaje para que aprendieran las artes de asesinar inocentes a mansalva.
Aunque ya nada sorprende del presidente, aún deja perplejos discursos como el de esta semana, en el que inventó que se preparaba en el desierto con otros terroristas y que esa etapa delincuencial fue de heroísmo y hermandad. Y en el que tuvo la insolencia de compararse con Nelson Mandela, uno de los más grandes personajes de la Historia.
Aparte de sus pueriles falacias, en un vano intento de convertir su figura en leyenda de la ultraizquierda planetaria, también nos regaló en estos días la imagen más inquietante de las muchas preocupantes que prodiga. Y la que explica una de las razones de su distancia con la oposición venezolana que encarna María Corina Machado.
Me refiero a la del jefe de Estado repantigado en su poltrona, mirando con ostentoso desdén al general que lo saluda firme, respetuoso, durante una importante ceremonia castrense.
Resulta evidente que quiere resaltar ante el país el contraste entre la repulsa que le merecen los oficiales y la admiración reverencial que profesa al sombrero de un tipo que pensó que las armas son un argumento válido para imponer criterios. Y a la sotana de un religioso que pisoteó las enseñanzas de su Maestro y escogió el camino de matar semejantes para convencer de que eran los buenos.
Por eso, María Corina Machado no será nunca de sus afectos. En lugar de devolver la violencia padecida con violencia, de vengarse de cinco lustros de persecución implacable, la única lideresa con estatura de estadista confronta la tiranía con la palabra, con el apoyo espontáneo del pueblo y el apego a la carta magna.
Quizá también la deteste Petro por convocar multitudes sin un peso, solo con la fuerza de la esperanza que despierta, mientras él necesita buses pagos, contratistas de billete largo y funcionarios públicos para rellenar los espacios vacíos en sus apariciones callejeras. Y le debe enfermar que María Corina cuente con el respaldo de más del 80 por ciento de sus compatriotas, en tanto que él, que presume de haber sido terrorista, no alcanza ni el 30 por ciento.
Si en lugar de un furibundo radical fuese presidente de todos los colombianos y un verdadero defensor de los principios democráticos, habría brindado a Machado su solidaridad y apoyo, y estaría reclamando a Maduro sus constantes atropellos. No crea que dos lánguidos comunicados, emitidos a lo largo de unos nueve meses, compensan la camaradería con Maduro y sus secuaces, así como sus estruendosos silencios.
Los colombianos deberían tener presente que el 28 de julio también está en juego el futuro de Colombia. Edmundo González y María Corina barren en las urnas, de eso no existe duda alguna. La incógnita radica en saber qué hará la mafia de Miraflores para robar de nuevo las elecciones y quedarse contra la voluntad de sus compatriotas. Y si Petro seguirá de cómplice del tirano o pondrá a Colombia en el lado correcto de la Historia.