No queda otra que soportar, con estoicismo y abnegación, las necedades que vocifera o escribe con enloquecido arrebato.
Salud Hernández-Mora
Supe en su día de la embarazosa situación que vivieron con el presidente en La Guajira. La que relata Álvaro Leyva con descarnada sinceridad. No lo publiqué por lo escabroso de la información y por respeto a la audiencia, no a Petro, al que muchos dejamos hace rato de respetar. Si no se respeta a sí mismo, ni al país, ni a sus funcionarios cercanos, ni a sus ministros, ni a su familia, ni a los invitados a una cumbre internacional de la que es el anfitrión, no puede su gente exigir que lo respetemos.
Lo único que pueden reclamar es que, por respeto a la voluntad mayoritaria de los colombianos y a la Constitución, todo el mundo acepte que su estancia en el Palacio de Nariño va hasta el 7 de agosto de 2026.
Por tanto, si la izquierda moderada, el centrismo y el escuálido santismo quiso respaldar a un exalcalde que había dado suficientes evidencias de un populismo desbordante y total incompetencia como gestor, no queda otra que acatar la voluntad de las urnas. Y soportar, entretanto, con estoicismo y abnegación la ristra de necedades que vocifera en diferentes escenarios o escribe en X con enloquecido arrebato.
La esperanza de que trabaje como si fuese un mandatario serio y eficaz se la cedemos a los estómagos agradecidos y a su rabiosa y ciega fanaticada. Porque nadie con cierta formación académica, petristas incluidos, puede tragarse los conceptos peregrinos, envueltos en pretenciosa intelectualidad que Petro suele deslizar en sus discursos y trinos.