El presidente Gustavo Petro ha decidido que su hija menor, Antonella, abandone el país debido a lo que él denomina “persecución psicológica”. Este giro dramático en la vida familiar del mandatario no solo refleja su dolor personal, sino que también pone en evidencia las paradojas de su presidencia.
Petro ha señalado que la decisión de su hija de irse del país responde a una persecución que, según él, se origina en el fascismo que él percibe en la sociedad colombiana. En sus declaraciones, el presidente asegura que esta situación ha sido exacerbada por las ideas que él mismo ha promovido y que, en su opinión, han sido malinterpretadas y utilizadas en su contra. “Me toca vivir estos dos días en medio de mi luto porque mi última hija se va (…) incumplí actos públicos, pero no tenía la fuerza para pararme ante un auditorio y hablar cuando mi corazón estaba llorando. Mi hija ha sufrido persecución psicológica”, dijo Petro.
Este argumento, sin embargo, podría ser visto como un intento de desviar la atención de un problema más profundo: el clima de polarización y confrontación que él ha ayudado a cultivar. Petro, con su retórica de enfrentamiento y su agenda radical, ha creado un ambiente en el que los debates políticos se transforman en ataques personales, no solo contra él, sino también contra su familia.
El hecho de que la hija del presidente haya sido objetivo de hostigamiento y rechazo no puede ser ignorado, pero es relevante cuestionar si el propio estilo de liderazgo de Petro ha contribuido a este ambiente hostil. Su administración, caracterizada por una política agresiva y divisiva, ha alimentado una atmósfera en la que la figura del mandatario y su entorno se convierten en blancos de ataques.
Además, la decisión de Antonella de salir del país plantea una pregunta crucial: ¿cuánto costará a los colombianos mantener a Antonella en el exterior? Y, dado que el gobierno de Petro se presenta como el de “cambio”, ¿por qué es necesario que la hija del presidente se vaya del país? Estas interrogantes reflejan un creciente escepticismo sobre la eficacia y la coherencia de las políticas del actual gobierno.
La ausencia de Antonella en eventos públicos y el alegato de persecución psicológica podrían interpretarse como una manifestación de un gobierno que, al insistir en su visión particular del conflicto, termina exacerbando la división en lugar de buscar soluciones. En última instancia, el caso de Antonella podría ser visto no solo como una tragedia personal, sino también como una consecuencia indirecta de las políticas y la retórica que han definido la presidencia de Gustavo Petro. La salida de su hija refleja las tensiones inherentes a un gobierno que ha hecho de la confrontación su modus operandi, sugiriendo que las soluciones deben ir más allá de simples explicaciones de victimización para abordar los problemas estructurales que perpetúan el conflicto en Colombia.