La crisis diplomática con Estados Unidos sigue dando de qué hablar. Tras la decisión del gobierno norteamericano de revocar la visa al presidente Gustavo Petro, la canciller Rosa Yolanda Villavicencio anunció que “por solidaridad” entregaba la suya. Una jugada simbólica que en cualquier país serio sería motivo de debate estratégico, pero en Colombia se celebró en la Casa de Nariño como si fuera un gol en tiempo extra.
El exfiscal Francisco Barbosa criticó la renuncia de Villavicencio y señaló que no se puede gobernar un país con desplantes infantiles. Petro, fiel a su estilo, no se quedó callado: desde su cuenta en X le respondió acusándolo de tener “demasiada costumbre de ser títere”. Paradójico, viniendo de un mandatario que cada día parece obedecer más al libreto del antiimperialismo barato que al interés nacional.
Mientras tanto, la pregunta sigue en el aire: ¿qué gana Colombia perdiendo el acceso a la principal potencia mundial? Para algunos, se trata de “dignidad”. Para otros, simplemente es un berrinche ideológico que nos puede salir carísimo.
En resumen: la diplomacia quedó reducida a un ring de Twitter. Y quienes pagan la factura no son ni Petro ni Villavicencio, sino los colombianos de a pie que verán cómo se enfrían las relaciones con un socio estratégico.
