Francisco Santos
Hay una vibra distinta que en medio de ese horror de Gustavo Petro y sus secuaces que vivimos todos los colombianos, para no hablar de otros países de la región, es una brizna de aire fresco que alimenta esas ganas de pelear por la libertad.
Algo está pasando y se siente en el ambiente, en las conversaciones y hasta en los hechos. Es una nueva vibra que da alegría sentir, que da un nuevo sentido de esperanza, pero que también genera una expectativa casi que imposible de cumplir.
La elección de Donald Trump, como ninguna otra elección en Estados Unidos, por lo menos que yo recuerde, genera este sentimiento en un amplio sector de la sociedad americana y en muchos sectores de América Latina, donde quienes luchamos contra el populismo y las autocracias nos sentíamos cada vez más solos en lo que al apoyo del vecino del norte se refiere.
Claro en la otra cara de esa moneda con su elitismo exacerbado, los medios de referencia, las ONG y esa izquierda del Partido Demócrata y su agenda woke solo ven el caos, el desastre y se aprestan a como dé lugar a torpedear y entorpecer la agenda disruptiva que ha planteado el nuevo presidente de los Estados Unidos.
Es obvio lo que sienten, pues han vivido del poder de esa rica burocracia llena de beneficios que nada hace y nada crea, se han lucrado con su agenda social de una supuesta inclusión y, de paso, habían logrado hasta ahora cancelar a aquellos que no pensaban como ellos. Con razón la rabia y la ‘indignación’ que tienen y que sienten, pues pierden esos privilegios económicos y políticos desde donde pontificaban sobre lo divino y lo humano, y manejaban una agenda excluyente que beneficiaba solo a los suyos. Los demás son esclavistas y victimarios, idénticos al discurso de Petro, quien es un referente de esta cultura, que solo merecen el oprobio, el desdén, el rechazo y el castigo.
La victoria de Trump pone un freno, por ahora y ojalá para siempre, pero eso depende de nosotros, a esa agenda antiliberal (en el sentido correcto de la palabra), antioccidental y, sobre todo, antilibertad, pues el valor fundamental de ellos es que el Estado debe decir por todos y la opción, la decisión y la libertad del ciudadano pasa a un segundo plano.
En hechos concretos ya vemos cómo cambian las cosas incluso antes de la posesión de Trump. En Siria, el dictador Bashar al Asad, al que Biden le hacía ojitos de ayudarlo a quedarse en el poder si se alejaba de Rusia e Irán, cayó en una semana y tuvo que refugiarse en Rusia. Si Barack Obama hubiera tenido alguna visión de estadista, Al Asad habría caído hace poco más de diez años y se habrían salvado por lo menos 300.000 vidas que se perdieron durante la guerra civil de ese país. Obama y Biden prefirieron esa diplomacia inútil, como pasó igualmente con la dictadura mafiosa en Venezuela, que benefició a Irán y generó una inestabilidad tremenda en el Medio Oriente.
Claro, no hay que olvidar que eso se da por la justificada reacción de Israel y de su primer ministro, Benjamin Netanyahu, al ataque terrorista del 7 de octubre que deja a Irán muy debilitado, a Hamás y a Hezbolá casi acabados y al genocida, ese sí, y quienes hoy atacan a Israel guardan y guardaron un silencio cómplice, Al Asad en Rusia. No hay que olvidar las múltiples ocasiones en las que Biden pidió a Netanyahu parar su ofensiva, algo que afortunadamente desoyó. Y vale la pena recordar que Trump anunció un costo brutal para Hamás si no liberaba a los secuestrados, algo que ya está por concretarse.
La esperanza en América Latina se siente en todos los rincones. Los nombramientos de Marco Rubio como secretario de Estado, de Christopher Landau como subsecretario y de Mike Waltz como consejero de Seguridad Nacional, muestran un interés claro en la región. Este mensaje es contrario a las anteriores administraciones demócratas que nombraron funcionarios funestos como Juan González en este Gobierno que afortunadamente ya termina y que deja tres dictaduras consolidadas, o Bernie Aronson, enviado de Obama a Colombia para el proceso de paz, que aceptó y justificó el golpe de Estado de un plebiscito que el presidente Juan Manuel Santos desoyó, incumplió y se limpió lo que sabemos con él.
El mensaje es tan obvio, y quizás tan profundo, aunque hay que esperar, pues, como decía mi mamá, obras son amores y no buenas razones, que hasta la revista Foreign Policy, muy demócrata por cierto, publica un artículo de Brian Winter sobre el fin de tres décadas de “negligencia benigna” de Estados Unidos hacia América Latina. Su análisis está muy enmarcado en esa narrativa tradicional de política exterior americana y no ve con claridad la posible disrupción que viene en el nuevo Gobierno.
Lo cierto es que estos últimos diez días que estuve en Miami y en Washington se siente un aire de libertad que muy bien expresa Niall Ferguson* en su fantástica columna. Hay una ruptura frente a la babosería de anteriores administraciones norteamericanas y frente a esa política de cancelación que, para quienes somos francos con lo que sentimos y decimos, es un cambio que ya necesitábamos.
¿Cuánto va a durar? No sabemos, pero hay una vibra distinta que en medio de ese horror de Gustavo Petro y sus secuaces que vivimos todos los colombianos, para no hablar de otros países de la región, es una brizna de aire fresco que alimenta esas ganas de pelear por la libertad.
Francisco Santos