La relación entre el presidente Gustavo Petro y la canciller Laura Sarabia, que alguna vez fue considerada como una de las más estrechas del alto gobierno, atraviesa por su peor momento. Lo que empezó como una alianza indestructible durante la campaña presidencial, hoy se transforma en un distanciamiento evidente que ya ha generado implicaciones políticas, diplomáticas y personales.
En las últimas semanas, Petro ha desautorizado públicamente a Sarabia en al menos dos ocasiones clave: primero, cuando ella felicitó al presidente electo de Ecuador, Daniel Noboa, sin consultar al mandatario, y luego al convocar la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores antes del viaje presidencial a China. Ambas decisiones provocaron molestia en la Casa de Nariño y dejaron en evidencia la pérdida de sintonía entre el presidente y su canciller.
La tensión, sin embargo, viene de tiempo atrás. Hacia mediados de 2024, surgieron rumores de presuntas irregularidades en el sector salud que involucraban a personas del entorno cercano de Sarabia. Aunque al principio Petro la respaldó, las dudas crecieron con el tiempo, sobre todo tras su enfrentamiento con el entonces superintendente de Salud, Luis Carlos Leal, quien denunció posibles hechos de corrupción. La frase de Leal –“Que caiga quien tenga que caer”– marcó un punto de quiebre en la confianza del presidente.
A esto se suma la cercanía de Sarabia con el abogado Mauricio Pava, quien fue defensor de Petro en procesos clave pero que terminó renunciando sin dar mayores explicaciones. La estrecha relación entre Pava y Sarabia, incluso en ambientes privados, generó incomodidad en el mandatario.
El traslado de Sarabia de la Casa de Nariño a la Cancillería no fue un ascenso diplomático, sino un intento de alejarla del núcleo del poder sin sacarla por completo del Gobierno. Petro, según fuentes cercanas, no podía prescindir de ella fácilmente por la cantidad de información que la canciller posee sobre su vida política y personal. Su resistencia a aceptar la embajada en México y su exigencia de ser canciller refuerzan la idea de que tiene un alto nivel de influencia, o de presión, dentro del Ejecutivo.
Ya en la Cancillería, Sarabia ha intentado mantener protagonismo, pero sus gestos –como reunirse con el senador republicano Bernie Moreno, opositor de Petro, o dialogar directamente con Álvaro Uribe durante una crisis diplomática con EE. UU.– fueron considerados traiciones dentro del círculo presidencial.
Las tensiones aumentaron con la aparición de familiares y personas de confianza de Sarabia en presuntos escándalos de corrupción, incluyendo a su hermano Andrés Sarabia y otros cercanos vinculados al caso de la UNGRD y la Fiduprevisora. La investigación reciente que abrió la Fiscalía por presunto enriquecimiento ilícito y lavado de activos agrava aún más la situación.
En los consejos de ministros, el distanciamiento ha sido evidente. En el más reciente, Sarabia fue ubicada lejos del presidente, un gesto simbólico para alguien que antes se sentaba a su lado. Además, la influencia de Angie Rodríguez, actual directora del Dapre, crece cada vez más, desplazando en poder e interlocución a la canciller.
Aunque Sarabia insiste en que mantiene una buena relación con el presidente, las señales son claras: Petro no confía plenamente en su canciller, pero tampoco puede prescindir de ella sin correr riesgos políticos y personales. Todo indica que la mantendrá en el cargo hasta el final del mandato, pero el vínculo ya está roto.
El futuro político de Laura Sarabia parece alejarse del petrismo. Mientras tanto, su permanencia en el Gobierno se convierte en una de las paradojas más tensas del actual mandato: una funcionaria con poder debilitado, pero con información suficiente para seguir siendo intocable… por ahora.