Vale la pena hacerse la pregunta sin rodeos y sin anestesia: ¿qué le espera a Casanare si Hugo Archila Suárez permanece otros cuatro años como representante a la Cámara por el Partido Liberal?
La respuesta no entusiasma. No ilusiona. No moviliza. No cautiva.
La respuesta, a juzgar por los hechos, es más de lo mismo: nada bueno. Todo malo.
Mientras el departamento sigue atrapado entre el atraso, la inseguridad, el desempleo y el abandono estatal, Archila ocupa una curul en el Congreso con todas las comodidades del perverso poder político nacional, devengando un salario mensual de más de 50 millones de pesos. ¡Supera con creces lo que el 99.99 % de los casanareños verá en toda su vida laboral.
¿A cambio de qué? ¿De qué resultados positivos? ¿De qué transformaciones reales? ¿De qué herencia legislativa que merezca aplausos?
Hugo Archila no es el peor político que ha pasado por el Congreso. Y ese es precisamente el problema. Es uno más. Uno más en una fila larga de dirigentes que prometieron representar a Casanare y terminaron representándose a sí mismos y a sus estructuras.
No ha sido el congresista transformador que el departamento necesita, ni el legislador valiente que rompa con décadas de engaño político. Ha sido funcional, correcto en las formas, activo en el trámite burocrático… y profundamente irrelevante en el cambio de fondo.
Casanare no está estancado por falta de talento joven. Está estancado porque a ese talento, cuando aparece, el sistema lo absorbe, lo moldea y lo neutraliza. Hugo Archila no escapó a esa lógica: se convirtió en parte de ella. Y mientras eso no se diga con claridad, seguiremos confundiendo gestión mínima con liderazgo, presencia mediática con impacto real, y políticos reciclados con renovación.
Hugo Archila representa a la perfección al político que no incomoda a nadie arriba. Pero tampoco resuelve nada abajo.
De la mano del sibilino, hablador y espeso alcalde Luis Eduardo Castro, ocupò la Secretaria de Gobierno varios años. Al tiempo que “sacaba” pecho bufoneando sobre los beneficios para los migrantes venezolanos, estos hacían del delito y el crimen su credo. Yopal en la actualidad está cautiva y a merced de muchos miles de “venecos ” malandros que matan sueños y vidas sin ruborizarse.
Su paso por el Congreso se resume en redes sociales, boletines, fotos, discursitos y coautorías de proyectos que llenan hojas de papel, pero no empujan a Casanare a un mejor futuro . Es el vacío como gestion.
No tiene para mostrar una ley, una reforma que haya generado empleo, infraestructura o desarrollo regional y dignidad para la gente. Menos una batalla seria contra las estructuras politiqueras que han condenado a Casanare a ser apenas proveedor de votos y no de bienestar. ¿Saben por qué? Porque Archila pertenece a esa mafia politiquera.
Y eso no es casualidad: es el diseño mismo del político de maquinaria, entrenado, amaestrado para hacer caso y presencia. No para producir cambios.
Archila no llegó a la política para romper con el pasado. Llegó para heredarlo. Es el subproducto pulido y perfumado del oxidado y venenoso Partido Liberal. Joven en apariencia y postulados, pero viejo en prácticas corrompidas. Un partido que durante décadas ha prometido progreso al tiempo que consolida feudos, repartíjas burocráticas y corrupción.
En la trayectoria de Archila no hay un solo acto de ruptura con esa politiquería. Una sola denuncia contra los clanes. ¡Él fue parido por ellos! No hay autocrítica, ni siquiera retórica, sobre el desastre que la bandola del trapo rojo ha dejado en el departamento. Y en Colombia.
Por el contrario: su carrera depende de esa misma estructura. Vive de ella. Se mueve cómodo dentro de ella. Y la reproduce.
¿Otros cuatro años para qué? La pregunta que deberíamos hacernos, como ciudadanos, es brutal pero necesaria: ¿merece Casanare seguir sometida a las veleidades de políticos arrodillados como Hugo Archila Suárez?
Tomen nota: serán cuatro años más viendo desaparecer nuestros impuestos en los bolsillos de este “honorable”. Cuatro años más de protagonismo estéril y de presencia sin resultados. Cuatro años más de frustraciones y equivocaciones advertidas.
Conviene decirlo sin eufemismos, aunque incomode: Hugo Archila no le ha aportado nada estructural ni transformador a Casanare.
Archila no es el villano de una tragedia, pero sí es un actor secundario del estancamiento y del atraso. Uno de tantos que han pasado por cargos de poder sin dejar huella. Llámense congresistas, gobernadores, alcaldes, diputados.
Salvo la de haber ocupado espacio en una silla de cuero, cobrado multimillonarios sueldos y fortalecer su pensión de vejez, Hugo Archila es un fantasma político que ahora intenta volvernos a meter un susto buscando su reelección.
El drama de Colombia y de Casanare no es solo quién gobierna mal, sino quién gobierna sin que pase nada. Y la política del “no pasó nada grave” , “todos son igual” ha sido, históricamente, la forma más rentable de mediocridad institucional.
Casanare debe mirarse al espejo y decidir si quiere seguir eligiendo políticos que administran cargos o líderes que asumen riesgos. Si quiere representantes que se conviven con el sistema o representantes que lo desafían.
Porque si la respuesta en las urnas vuelve a ser Hugo Archila Suárez —el producto genuflexo y dócil del liberalismo tradicional—, entonces todo pinta peor.
Será la confirmación de que el departamento sigue atrapado en el mismo círculo: mucho poder para unos pocos, y muy poco futuro para la mayoría.












