Cotidianamente, afrontamos líos internacionales que deben ser manejados con cuidado y destreza.
Julio Londoño Paredes
Después del confuso memorando de entendimiento sobre la zona binacional con Venezuela, han surgido nuevos problemas, ahora con Ecuador y Estados Unidos.
Cuando el presidente Daniel Noboa, del Ecuador, ejercía su primer mandato, anunció la decisión de expulsar del territorio ecuatoriano a un gran número de delincuentes colombianos que se encontraban presos en cárceles, desde donde dirigían redes de narcotráfico y sicariato. La Cancillería y el Ministerio de Justicia se movieron rápidamente y lograron evitar semejante situación, a todas luces arbitraria.
No obstante, aunque Petro, en una de sus sorpresivas declaraciones, se había expresado mal de Noboa, asistió a la transmisión del mando presidencial en Ecuador, con una escala en su regreso en Manta. En la entrevista protocolaria con el presidente ecuatoriano, Petro le manifestó sus reservas sobre el resultado de las elecciones en las que había sido elegido.
Noboa, ni corto ni perezoso, ya en ejercicio de su nuevo mandato, dispuso la deportación de los delincuentes colombianos, como lo había intentado anteriormente.
Ahora la amenaza se tornó realidad y, por más que la canciller encargada y las autoridades migratorias viajaron a la frontera, la expulsión se realizó, no obstante las voces de protesta del alcalde de Ipiales y de las autoridades del departamento de Nariño. Como si no tuviéramos suficientes delincuentes en nuestro territorio.
Solo un reducido número de los expulsados tenía cuentas pendientes con la justicia colombiana. Por lo tanto, el resto quedan libres. Incluso podrían ser considerados como “personas en rehabilitación”, como lo manifestó el jefe de Estado hace algún tiempo en Medellín.
Si a eso se agregan los delincuentes venezolanos encubiertos que Maduro nos envió entre la migración masiva que vino a Colombia, se puede concluir que estos hechos inciden en la inseguridad rampante en los cuatro puntos cardinales de la geografía colombiana, arrinconando paulatinamente a muchos colombianos.
Al mismo tiempo, al conocerse la lectura del veredicto condenatorio contra el expresidente Uribe, el Secretario de Estado de los Estados Unidos y congresistas norteamericanos criticaron severamente el fallo. Incluso un grupo de ellos anunció su viaje a Colombia para mediados del mes de agosto.
Uribe, sin duda es un líder con gran respaldo nacional e internacional, que sacó a Colombia adelante, en un momento en el que el país estaba sitiado por bandidos y millones de personas se concentraban temerosas en poblaciones y ciudades, como si fueran guetos. Tuvo igualmente una relación cordial y auspiciosa con los Estados Unidos y mereció el aprecio y admiración de mandatarios norteamericanos.
Pero como dice el refranero popular “Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”. No es aceptable de manera alguna que dignatarios norteamericanos resuelvan censurar, no solo el fallo contra Uribe, sino a la justicia colombiana: es una intromisión evidente en los asuntos internos de Colombia.
Puede haber solidaridad con el expresidente, pero de ninguna manera intromisión en los asuntos internos de Colombia, y menos aún en la justicia, por más falencias que el fallo a juicio de ellos pudiera tener. ¿Qué tal que la censura fuera de aquí para allá en un caso como el de Epstein?