Mauricio Vargas
La cobarde indefinición de Murillo es prueba de su falta de carácter, digna de su talante santista.
Si nada extraordinario ocurre, este viernes Nicolás Maduro tomará posesión para un nuevo período presidencial, convertido ya de manera abierta en dictador de Venezuela tras robarse las elecciones de julio pasado, encarcelar a miles de opositores y ordenar, por medio de su Fiscalía de bolsillo, la búsqueda y captura de quien lo derrotó por amplísimo margen en las urnas, el diplomático Edmundo González.
Cien mil dólares ofrece por su detención. Que un sátrapa, corrupto, protector de narcotraficantes y usurpador del poder, al frente de una dictadura asesina que ha sumido a su pueblo en la miseria, mande detener a un hombre bueno y decente que le ganó en franca lid electoral es la cruel caricatura de la tragedia venezolana.
Maduro sigue ahí gracias al apoyo del mando militar mafioso que encabeza el general Vladimir Padrino, así como de sus compinches Diosdado Cabello y de los siniestros hermanos Delcy y Jorge Rodríguez: ellos integran la cúpula de hampones que rige los destinos del país. Pero no son los únicos culpables.
La espuria posesión de este viernes es posible gracias a la complicidad de cuando menos tres presidentes latinoamericanos: el brasilero Lula da Silva, la mexicana Claudia Sheinbaum y el colombiano Gustavo Petro, abanderados todos de la izquierda de la región, cuya actitud contrasta con la asumida por otro mandatario de izquierda, el chileno Gabriel Boric, quien ha denunciado de manera abierta el fraude de julio y la ilegitimidad del régimen.
A sabiendas del descarado robo electoral cometido por Maduro y su banda, al punto de que ninguno de los tres, hasta la fecha, ha sido capaz –alguito de vergüenza les queda– de reconocer oficialmente el triunfo del tirano en la justa electoral de julio, Lula, Scheinbaum y Petro harán ese reconocimiento de hecho al enviar una delegación a la posesión.
Quedarán marcados para la historia como los cómplices del entierro final de la democracia y de los derechos más elementales de los venezolanos. Que a nadie se le olvide.
Lo del Gobierno colombiano es bien triste. Tras posar como mediador de la crisis venezolana, y convencer de ello tanto al Gobierno de los Estados Unidos como a los de la Unión Europea, Petro fue incapaz siquiera de dejar una constancia. Su canciller, Luis Gilberto Murillo, se ha balanceado en una cobarde indefinición que oculta mal su propia complicidad con la dictadura.
Todo indica que no comparte la decisión de su jefe de enviar una delegación oficial a la posesión. Pero, como quiere ser candidato presidencial del petrismo, no se atreve a disgustar al Presidente. Y ahí, en esas medias tintas, ha quedado expuesta su falta de carácter, síntoma del más puro talante santista. Como bien dijo el expresidente Andrés Pastrana, si no está de acuerdo con la decisión de Petro de enviar esa delegación, el canciller debe renunciar.
Si renuncia, al menos dejará una constancia que hará ruido en Colombia y en la región. En caso contrario y como el que calla, otorga y es cómplice, nada hará olvidar la responsabilidad de Murillo en la sangrienta tragedia de Venezuela. Sus manos, como las de Petro, Lula, Sheinbaum y el papa Francisco –otro silencioso cómplice, cuando su condición de latinoamericano lo obligaba a protestar, a dejar en evidencia al dictador– quedarán manchadas con los delitos de Maduro y sus secuaces. La historia los condenará.
Destrucción. El Gobierno sigue en mora de girar los subsidios de energía eléctrica para los más pobres, y eso ya produjo un gran apagón en Vichada, que no será el último. Seguirá La Guajira. Y el Minsalud no elevó lo necesario la UPC, tarifa que debe pagar a las EPS por cada afiliado. Como hace tiempos advirtió el expresidente César Gaviria, muchos enfermos van a morir por causa de tan insensata decisión. Energía y salud, dos sectores donde se ha impuesto la política destructiva del gobierno del cambio.
Mauricio Vargas
