Por: Mauricio Vargas
Tras el desastroso gabinete-‘show’ y la rebelión petrista contra Petro, hay aroma de fin de mandato.
Tiene sentido que Armando Benedetti se convierta en jefe de Despacho y líder operativo del gobierno del cambio. Al fin y al cabo, Benedetti no ha hecho más que cambiar, de piel y de intereses: tras un inicio samperista, derivó en un uribismo casi fanático, para volverse luego santista y terminar de petrista. Derecha, centro e izquierda, nada le ha faltado en 25 años: su elevación al puesto de capataz del Gobierno no debería sorprender.
Ni siquiera a los petristas purasangre, que tan molestos están. La minambiente, Susana Muhamad, regó con sus lágrimas el espectacular (en el sentido literal del adjetivo) consejo de ministros del martes, y prometió renunciar por la llegada del misógino Benedetti a tan alto cargo palaciego. El mincultura, Juan D. Correa, dimitió en protesta contra ese “maltratador de mujeres”.
El novelero Gustavo Bolívar le declaró su amor al presidente Gustavo Petro durante el gabinete-‘show’, pero aprovechó la caricia para darle palo por encumbrar a Benedetti. Horas después, sugirió que el Presidente es dependiente del exembajador en la FAO, sin dejar claro a qué tipo de dependencia aludía. Sabido es que Petro sabe que Benedetti sabe mucho.
Tan imaginativo como suele ser, Benedetti organizó el ‘reality’ del gabinete, con televisión en directo durante seis horas de cadena nacional. Había convencido al Presidente de salir a explicar que, 30 meses después de llegar a la Casa de Nariño, 140 de sus 200 promesas de campaña siguen en veremos, pero no por culpa de él sino de sus incompetentes ministros, una tesis que el exembajador ha esgrimido siempre. De paso, quería restregarle al país que es el nuevo mandamás.
Sus delirios de grandeza se estrellaron con una rebelión del ala más petrista del gabinete que piensa que Benedetti simboliza todo menos el sueño progresista que, según Muhamad y cía., Petro y ellos representaban. El gabinete en cadena nacional estaba calculado, pero muy mal calculado.
No es solo la misoginia del personaje lo que le revuelve las tripas a la izquierda: Benedetti se ha convertido en un símbolo de la plata inexplicable, así como de otras costumbres que Petro prometió erradicar, como el tráfico de influencias, justo la razón por la cual, pocas horas después de la entronización del exembajador, la Corte Suprema lo llamó a juicio, en una secuela del escándalo de corrupción del Fonade, que, por cierto, no es el único proceso de Benedetti en la Sala Penal de la Corte.
Petro nunca tuvo de su lado al tercio de la opinión que va del centroderecha hasta la derecha más dura. Se hizo elegir gracias al apoyo de la mayoría del tercio centrista del espectro, y de casi todo el tercio de izquierda. A medida que el mandato del cambio se deterioró, pasó de malo a muy malo y de muy malo a desastroso, el Presidente perdió el apoyo centrista.
Pero logró conservar el tercio izquierdista y, al cierre de 2024, aún promediaba el 30 % del respaldo popular (digo, en las encuestas serias, no en las pagadas por la Casa de Nariño que lo elevan a más del 40 %). La mala noticia para Petro es que el pésimo cálculo que él y Benedetti hicieron socava justamente esa base de respaldo inclinada a la izquierda que se indigna con el perfil del nuevo capataz. Si la pierde, ¿qué le quedará al Presidente?
Después del cataclismo del consejo de ministros del martes y de la rebelión del petrismo contra Petro, se percibe un anticipado aroma de fin de mandato.
Perdidas las mayorías en el Congreso (o cuando menos en el Senado, lo que basta para hundir los proyectos), el descontento en la bancada petrista reduciría a mínimos el margen del mandatario. La situación fiscal lo ha dejado sin plata, la ‘paz total’ fracasó, el sistema de salud colapsa y hay un enorme riesgo de apagón justo cuando arranque la campaña de 2026. Los 18 meses que faltan serán un calvario para Petro y su mandato terminal. Y lo serán para el país.
MAURICIO VARGAS