María Andrea Nieto
Bonilla se va dejando al país en un crecimiento mediocre del 2 por ciento, del cual este régimen se siente orgulloso, entre otras cosas, porque lograron, como decía Irene Vélez, decrecer la economía.
Esta es otra columna que comienzo diciendo que no cesan los vergonzosos escándalos de corrupción en este Gobierno “potencia mundial de infamia”. El más reciente tiene que ver con la renuncia del ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, quien frente a las contundentes evidencias de su potencial participación en el escándalo (de hace un par de meses) de la UNGRD, se vio forzado a “acordar” su salida del cargo para poder “defenderse” de los presuntos delitos que, el exfuncionario dice, no cometió, por lo menos “en provecho personal”.
Como siempre, el presidente Petro, desde su trinchera preferida (su cuenta de X), escribió un largo trino para defender a su hoy exministro, con argumentos tales como que al funcionario lo acusaban de lo que hacían otros antes; es decir, presuntamente direccionar contratos para comprar congresistas y aprobar los proyectos de ley.
Lo que el presidente deja de lado es que esa era justamente su promesa de campaña: dejar de gestionar al Congreso con “cupos indicativos”, “mermeladas” o el nombre que se le dé a este “recurso”. Otra falsa promesa de este tortuoso cambio.
Día tras día cae el castillo de promesas que llevaron a Petro a ocupar la Casa de Nariño. Desde los cuestionamientos sobre el origen de los recursos para su campaña y la violación a los topes, pasando por los, al menos, indelicados manejos de las finanzas públicas, así como las constantes denuncias, de los propios exfuncionarios del “cambio”, respecto de un sinnúmero de prácticas que acercan más a este Gobierno al récord mundial de corrupción que al de transparencia; hasta la inexperiencia de casi todos los funcionarios (llamados por la misma Laura Sarabia, “jardín de niños”), la improvisación, la inexactitud y las mentiras en las declaraciones, los tantos funcionarios con prontuario o acusados de violencia contra las mujeres o de acoso laboral y, por supuesto, la pobre ejecución presupuestal que termina en una falta absoluta de resultados de este Gobierno que se hace llamar a sí mismo “potencia mundial”.
El escándalo de la UNGRD salpica, por lo menos, a cinco funcionarios de alto nivel de Petro, ha puesto al presidente a pasar horas a escribir diatribas para defender a su ministro y luego pedirle la renuncia y, claro, se ha convertido en una de las más fuertes evidencias de la presunta forma en la que el Gobierno del “cambio” distribuyó el “recurso”, como se referían a este dinero los hoy cuestionados Olmedo López y Sneyder Pinilla, para hacer pasar, evidentemente a las malas, muchas de las cuestionadas reformas del cambio.
¿Hay legitimidad en proyectos de ley que fueron aprobados con la presunta manipulación de las “conciencias” del Congreso a punta de la distribución del “recurso”? Si el cambio climático está a dos días de acabar con todo el planeta, ¿es correcto y coherente que el Gobierno de Petro se haya tumbado los recursos de la gestión del riesgo cuando, se sabía, Colombia iba a enfrentar la peor ola invernal de su historia?
Dijo el ministro Bonilla que no había cometido delitos, pero quizás sí errores. Les corresponderá a las autoridades establecer la diferencia.
Lo que sí es inevitable es analizar que, cuando el ministro Bonilla remitió a la Fiscalía una denuncia anónima en contra de Ricardo Roa, el consentido presidente de Ecopetrol y exgerente de la campaña, y del hijastro del presidente, Nicolás Alcocer, sobre su presunta influencia en el direccionamiento de contratos para la hidroeléctrica de Urrá, el presidente le pidió “dar un paso al costado”.
Claro, el presidente, luego, se gastó otra diatriba para intentar desmentir al ministro, pues le pasó la denuncia a la Fiscalía, la cual, quizás, tenga que investigar el origen de los fondos, por ejemplo, del señor Alcocer, quien se dio el lujo de mandar, por todo lo alto, su marca de ropa, sin que se sepa bien de dónde salió tanto dinero para el “emprendimiento”.
El problema es que la justicia no está yendo al ritmo de los escándalos y la gente está aburrida de que no pase nada y de que la corrupción sea el modus operandi de los políticos de izquierda, quienes antes criticaban las mismas prácticas que hoy, infame y descaradamente, usan.
Pagarán los platos de este enredo Sandra Ortiz, la ex alta consejera para las Regiones, y si no se cuida bien y despliega una estrategia jurídica, la mismísima exasesora de Bonilla, María Alejandra Benavides, quien con valentía le ha venido contando a la Fiscalía todas las prácticas de las que fue testigo. En el mensaje de despedida del ministerio, Bonilla, bastante descuadernado por cierto, aseguró que se iba tranquilo porque el presidente sabía de cada uno de sus pasos. De ser así, ¿qué tiene Petro para contarle al país? Básicamente, nada más que una retahíla delirante de logorrea para tratar de excusar lo indefendible.
Bonilla se va dejando al país en un crecimiento mediocre del 2 por ciento, del cual este régimen se siente orgulloso, entre otras cosas, porque lograron, como decía Irene Vélez, decrecer la economía; con un recaudo de impuestos por el suelo, por cuenta del pésimo desempeño económico y la enorme inestabilidad y desconfianza que produce el “cambio”; con un dólar en 4.424 pesos; el galón de la gasolina a 16.000 pesos y una clase media asfixiada.
Sin mencionar que también será recordado por no haber sido capaz de pagar correctamente la nómina de los funcionarios públicos, otro evento bochornoso por el cual Bonilla no tuvo que responder, como sucede con todo lo referente con este desastre histórico, solo comparable con el infortunio de Venezuela, Cuba y Nicaragua.
María Andrea Nieto