Colombia es un manicomio con cédula. El sistema de salud se está cayendo a pedazos: hospitales sin recursos, EPS quebradas, pacientes muriéndose esperando citas, médicos protestando porque ni el esfero les pagan… y en medio de ese caos, ¿quién aparece sonriente en la pasarela política? Carolina Corcho.
Sí, la misma que como ministra dejó al sistema en estado terminal, ahora se cree la Florence Nightingale del Palacio de Nariño. ¿De verdad? La señora que apagaba incendios con gasolina ahora quiere dirigir el país. ¿Qué le pasa a ella… y qué demonios nos pasa a nosotros?
Porque aquí lo insólito no es que Corcho aspire a la presidencia —en Colombia cualquiera lo intenta, hasta los que dejaron de tarea la quiebra del sistema de salud—, lo verdaderamente aterrador es que haya gente que le compre el discurso. El mismo que nos dejó colapsando en las salas de urgencias ahora pretende recetarnos “esperanza”.
Humor negro: si la “reforma Corcho” fue cirugía, fue con serrucho oxidado, sin anestesia y en plena calle. Y ahora quiere convencernos de que puede hacer un trasplante de país. ¿Resultado? Pasaríamos de UCI a morgue en tiempo récord.
La salud está en coma, y ella, en vez de reconocer que fue parte del accidente, quiere ser la doctora de cabecera… del país entero. ¿Qué sigue? ¿Nombrar a un pirómano como jefe de bomberos?
Colombia no necesita más doctores Frankenstein de la política. Si con la salud nos dejó agonizando, con la presidencia capaz y nos firma el acta de defunción nacional.
