De promesa juvenil en Londres a ser señalada como el rostro más amable de uno de los regímenes más brutales del siglo XXI, Asma al Asad pasó de ser un ícono de modernidad a un símbolo de la desconexión entre la opulencia y la tragedia.
Con su belleza y carisma, Asma al Asad cautivó a Occidente y proyectó una imagen renovada de Siria. Alta, elegante, de rostro delicado y ojos brillantes, parecía salida de una portada de revista. Se presentó como la encarnación de los valores modernos en un país árabe marcado por el autoritarismo. Pero con el tiempo, esa misma imagen se asoció a su papel en la maquinaria de propaganda de Bashar al Asad, quien gobernó Siria con mano de hierro hasta la caída de su régimen.
Un cuento de hadas con un giro oscuro
Asma Akhras nació en Londres en 1975, hija de una familia acomodada. Su padre, un cardiólogo destacado, y su madre, una diplomática, le brindaron una educación que combinó las tradiciones sirias con la modernidad occidental. Se graduó del King’s College de Londres con títulos en informática y literatura francesa y trabajó en instituciones financieras como JP Morgan y Deutsche Bank. Pero su vida dio un giro cuando conoció a Bashar al Asad, hijo del entonces presidente sirio Hafez al Asad.
El matrimonio en 2000 parecía simbolizar el inicio de una nueva era. Siria, bajo el mando de Bashar, prometía reformas y modernización, con Asma como la primera dama ideal: sofisticada, educada y abierta al diálogo con Occidente. Sin embargo, las promesas de cambio rápidamente se desvanecieron.
El rostro amable de un régimen brutal
Durante años, Asma desempeñó un papel clave en la narrativa oficialista, recibiendo a celebridades y líderes mundiales en Damasco, proyectando una imagen de estabilidad. En una entrevista de 2010 con la revista Vogue, describió a Siria como “una democracia libre de bombas y secuestros”. Solo meses después, la Primavera Árabe desencadenó protestas masivas que el régimen reprimió brutalmente, derivando en una guerra civil que dejó más de medio millón de muertos y millones de desplazados.
Mientras el país se hundía en la devastación, la vida de excesos de Asma se mantenía en secreto. En 2012, correos electrónicos filtrados revelaron que, en pleno conflicto, gastaba miles de libras esterlinas en muebles de lujo, ropa y accesorios exclusivos. Incluso enviaba a su estilista personal a Dubái para sortear las restricciones comerciales.
Una figura polémica
Aunque no tenía un cargo político, su papel como primera dama fue crucial para suavizar la imagen del régimen en el exterior. Sin embargo, a medida que las atrocidades en Siria se hacían públicas, su credibilidad se desmoronó. Fue apodada “la primera dama del infierno” y criticada por la desconexión entre su vida de lujos y la tragedia humanitaria que azotaba al país.
“Asma representaba una modernidad instrumentalizada por el régimen para ganar legitimidad internacional, pero esa fachada se vino abajo cuando la brutalidad del Gobierno se volvió insostenible”, explica Nur Sezek, doctora en Relaciones Internacionales.
El exilio y el final de una era
Tras la caída del régimen de Bashar al Asad, Asma y su familia huyeron a Rusia, dejando un país devastado. Su fortuna, estimada en 2.000 millones de dólares ocultos en paraísos fiscales, les aseguró un lujoso exilio en Moscú, donde su hijo mayor, Hafez, cursa estudios avanzados.
El legado de Asma al Asad, que alguna vez simbolizó esperanza y modernidad, quedó manchado por su papel en un régimen que priorizó la opulencia sobre la vida humana. El mundo ahora espera que la justicia alcance a quienes perpetuaron años de terror en Siria.