María Rueda
Petro sabe perfectamente que Maduro es un dictador. Por lo tanto, para mantener relaciones con ese régimen, su ambigüedad es casi que obligatoria.
El régimen dictatorial y sanguinario de Nicolás Maduro tuvo la “prudencia” de soltar a María Corina Machado ante la indignación mundial. Como el aislamiento de Maduro es evidente, no hacerlo habría acelerado el proceso de la caída del régimen, ya abierto en su antesala.
A María Corina, según lo contó en alocución nuevamente desde la clandestinidad el viernes, miembros armados del régimen la arrancaron de la moto en la que se transportaba, después de su histórica aparición pública el día prometido, con la que, según afirmó, “derrotamos el miedo”. No corroboró si fue cierto que a las motos que la transportaban les dispararon; ni que cuando su propio conductor fue herido, la moto le cayó encima. Tampoco la versión de que le dieron unos calmantes contra el dolor y la obligaron a grabar unos videos como muestra de supervivencia, echando un cuento ridículo sobre que se le “había caído su carterita azul”. ¿O será que la carterita era una clave para algo que venía o que viene? A María Corina sí la secuestró el régimen de Maduro durante un rato. En la Venezuela de hoy no se detiene: se secuestra o se desaparece. Así de sencillo.
Ahora. Si a María Corina no la devuelven viva, Petro no habría podido continuar con su incongruencia: desconocer la validez de las elecciones venezolanas pero no romper relaciones con un gobierno ilegítimo.
La nueva posesión de Maduro resultó tan ridícula, artificial e ilegítima como se esperaba. Según María Corina, aquí hay que ver quién le teme a quién, con Venezuela militarizada y Maduro juramentándose en su cargo ilegítimo (un golpe de Estado, lo calificó ella) encerrado en una habitación. Su primer juramento fue respetar la Constitución y la ley de su país, así como al pueblo venezolano. Las dos primeras las ha violado de todas las formas posibles, incluso, robándose las elecciones. A su pueblo lo ha maltratado, perseguido, torturado, violado sus derechos humanos, detenido ilegalmente y hasta desaparecido, como está sucediendo a esta hora y desde hace varios días con el yerno de Edmundo González.
Maduro se juramentó invocando a próceres, a Bolívar, a Chávez y hasta, insólito, a Manuela Sáenz. No lo acompañaron sino los presidentes de Cuba y el sátrapa de Nicaragua. Del resto, solo funcionarios de muy segunda o tercera categoría, lo que perfectamente habría podido hacer Colombia, no enviando a ese extraño embajador que tenemos, sino a un funcionario aún de más bajo rango para no legitimar la usurpación.
Sin embargo, se sorprenderán: es una de las pocas veces en las que comparto algo de la posición que ha asumido este presidente que a veces, muchas, parece lunático. Para la muestra, su extenso X del viernes reaccionando ante todos estos hechos, que, por inconexo, no lo habría podido ni redactar la inteligencia artificial bajo instrucciones precisas.
«Si a María Corina no la devuelven viva, Petro no habría podido continuar con su incongruencia: desconocer la validez de las elecciones venezolanas pero no romper relaciones con un gobierno ilegítimo».
Vamos al grano: como el asunto es la extensa frontera común de 2.219 km que compartimos con Venezuela, no es lo mismo nuestra situación que la de cualquier otro país latinoamericano, quizás salvo Brasil. En los demás países, sin fronteras comunes, sus dirigentes poco se juegan cuando arremeten contra Maduro.
De ahí el problema de nuestros tratos comerciales. Antes de cortar relaciones pasamos de un intercambio de US$ 6.000 millones a 0; y ahora, con estas restauradas, hemos recuperado un comercio de apenas US$ 1.000 millones.
Están también los colombianos que viven en Venezuela, más de 3’000.000, y los venezolanos que ya viven en Colombia y continúan entrando, unos 2.8 millones. Aquí tenemos que estar pendientes de los de ellos y allá de los nuestros, y eso requiere canales de comunicación.
Ahora: Petro disfraza diplomáticamente el fraude de Maduro insistiendo en que le entreguen las actas de la votación. Y afirma que las elecciones no fueron libres… ¡pero por culpa del bloqueo de los EE. UU.! El canciller, en cambio, que quedó mortalmente herido en sus aspiraciones políticas por las incoherencias que ha heredado de las posiciones de Petro, reconoce que “no se brindaron garantías a los participantes ni se realizaron de manera transparente”.
Me atrevería hasta a asegurar que Petro sabe perfectamente que Maduro es un dictador. Por lo tanto, para mantener relaciones con ese régimen, su ambigüedad es casi que obligatoria. Y como hay que aterrizar en la realidad, la vecindad nos obliga a mantener abierta una interlocución con el régimen venezolano, por ilegítimo que sea.
La primera incongruencia de Petro, entonces, no sería la de sostener relaciones diplomáticas con un dictador. Esa puede ser una obligación, pragmática si se quiere. Sino la de que precisamente el M-19 se alzó en armas argumentando que a Rojas Pinilla le habían robado las elecciones. Y henos aquí… Ensartados con este usurpador…
MARÍA ISABEL RUEDA