El discurso de las guerrillas en sus inicios, cuando decían combatir la corrupción y las injusticias, parece hoy más una fachada que una realidad. Durante décadas, estas organizaciones aseguraron que luchaban por un pueblo que ahora parece no importarles, especialmente cuando las mismas prácticas corruptas que criticaban se han infiltrado en sus estructuras o han sido toleradas en gobiernos aliados.
La indignación de muchos es comprensible, pues algunos líderes y figuras que fueron vistos como ejemplos de lucha han caído en la misma hipocresía que denunciaban. La decepción crece cuando se evidencian vínculos entre estas organizaciones y los mismos “ladrones” a los que decían combatir. ¿Dónde quedó el compromiso con la justicia social y el bienestar del pueblo?
Es innegable que, para muchos, estas contradicciones son una traición a sus ideales originales. Quienes creyeron en la sinceridad de estos movimientos ahora ven sus máscaras caer, dejando al descubierto intereses políticos y personales que poco o nada tienen que ver con las causas que enarbolaron. La palabra «cínico» resuena fuerte en la voz del pueblo desilusionado.
Tal vez sea hora de reconocer que los cambios verdaderos no llegan con armas ni discursos demagógicos, sino con acciones concretas y una transparencia que, hasta ahora, ha brillado por su ausencia.
