Por: Germán Vargas Lleras
No me hago ninguna ilusión con el resultado hoy de las elecciones en Venezuela, aunque debo reconocer que por momentos me he dejado contagiar del entusiasmo generado por las encuestas y más aún por las imágenes de las multitudinarias marchas a favor del candidato de la oposición, Edmundo González, y de la valiente y carismática María Corina Machado.
Pero la verdad es que en el momento de enviar esta nota (viernes al mediodía) todavía pienso que el dictador Maduro puede caer en la tentación de suspender las elecciones aduciendo la razón que se le antoje, incluido el anunciado baño de sangre con el que ha pretendido amedrentar a los votantes. Tampoco descarto que realizados los comicios el Gobierno intervenga fraudulentamente los resultados aprovechando el sistema electrónico de votación (que ahora quieren trasladar a Colombia) y los escasos controles disponibles, incluida la poca presencia de testigos electorales de la oposición. Y una tercera opción será la impugnar los resultados ante un Consejo Electoral que terminará anulándolos o confirmando el triunfo del dictador, también por la razón que se les antoje.
Maduro ha evaluado muy bien el contexto internacional en que se desarrollan las elecciones. Comencemos por los Estados Unidos, cuya reciente posición casi indiferente solo se explica por su proceso electoral interno, que ha acaparado toda la atención de ciudadanos, políticos y medios de comunicación. El proceso venezolano ha pasado al último lugar de las prioridades en este momento, lo cual facilita cualquiera de las acciones al alcance de Maduro para desconocer un resultado que luce aplastante en su contra. Nada del cacareado acuerdo de Barbados se habrá cumplido, y no creo que el gobierno Biden vaya a adoptar ninguna medida concreta más allá de una lánguida declaración.
La posición europea a nadie parece importarle. Esa es la cruda realidad. Cuán poco le importará a Maduro que se dio el lujo de desinvitarlos como observadores y nada pasó. Tampoco los países europeos carecen de problemas políticos internos para dar a Venezuela la prioridad que merecería en condiciones menos convulsas.
Y miremos finalmente el barrio. El compañero Lula fue ridiculizado por Maduro. Su pecado, haberse atrevido a decir que si perdía tenía que entregar el poder. Si este es el trato a los amigos, no podemos extrañarnos de las reacciones frente a solicitudes similares de respeto a la democracia y a los derechos humanos por parte de los gobiernos de Argentina, Chile, Uruguay, Guatemala o Costa Rica, entre otros.
Toda la región tiene los ojos puestos en estos históricos comicios. Y también Colombia, que se expresa a través de su silencio cómplice que pretende hacer pasar por una actitud prudente. La realidad es que Petro no se pronuncia porque lo que le conviene es la permanencia de Maduro en el poder. Su derrota equivale a poner fin al amparo y la total tolerancia a la guerrilla y a tantos grupos criminales que desde hace años tienen a Venezuela como su retaguardia y refugio de impunidad y centro de operación para sus actividades delincuenciales, incluido, por supuesto, el narcotráfico. Con la salida de Maduro se pone fin a este santuario de la insurgencia y el delito.
El mundo ha sido testigo de que el régimen de Maduro ha recurrido a todo para impedir unos comicios limpios. No me detendré en este penoso recorrido que ha incluido amenazas, persecución y encarcelamiento y la prohibición de participar a la líder de la oposición y virtual ganadora, pero no puedo dejar de mencionar cómo se ha negado el derecho al voto a más de 4 millones de venezolanos que hoy viven en el exilio, habilitando solo a 69.000. Inaudito.
Tengo la convicción de que Maduro o los militares no entregarán el poder cualquiera que sea el resultado, entre otras, porque estos delincuentes no han encontrado todavía lugar en el mundo para refugiarse y disfrutar de sus fortunas.
A estas alturas Colombia debe prepararse para recibir la avalancha de millones de venezolanos que tras la burla de estos comicios habrán perdido toda esperanza de cambio. Y no perder de vista que nosotros con Petro vamos por el mismo camino. Al menos yo no soy de los que piensan que Petro, como su vecino, se haya quedado ni por un momento manicruzado esperando a ver a quién le tiene que entregar el poder en 2026.